Ahora, que esa casa se ha quedado sola y pareciera que todo se pierde, me doy cuenta que los recuerdos sólo se transforman. Ahora estoy creando nuevos momentos bailando en los brazos de mi esposo, aprendiendo ambos esta danza hermosa. No importa el dolor de espalda, pisotones, revoleos, ni el frío. Estamos felices los jueves jugando a entender el idioma de otro tiempo.
Y algun día, espero bailar en ese living porteño y bailar un 10% de la belleza de ellos y moriré feliz.