La mañana me sorprendió calientita en mi camita en la casa de la Vivi, envueltita en una manta y un guatero porque hizo mucho frío por la noche. Cansada pero relajada, después de una enérgica clase combinando la samba con los ritmos árabes. Una delicia de la percusión.

Y tuve otra sorpresa más. Me llamaron mis alumnas de los jueves para contarme que no habría clase, porque me invitaban a un desayuno muy especial donde celebraban los ciento y tantos años de su institución. Fue un espacio muy bonito, celebrando el día de las aldeas, y el esfuerzo que ponen esas mujeres en ser mamás de muchos niños.

La otra sorpresa me la llevé descansando un poco en la orilla de la costanera. Sólo mirando. La sorpresa de encontrar la tranquilidad en lo que está en continuo movimiento. El descansar el corazón de los malos pensamientos que a veces, nos atormentan, como cuervos agoreros, picandonos el alma con angustia, con desazón  y pesimísmo. Don Mar es un bueno amigo, siempre constante cuando lo busco....siempre azul e inmenso.

NECESITO del mar porque me enseña:
no sé si aprendo música o conciencia:
no sé si es ola sola o ser profundo
o sólo ronca voz o deslumbrante
suposición de peces y navios.
El hecho es que hasta cuando estoy dormido
de algún modo magnético circulo
en la universidad del oleaje.
No son sólo las conchas trituradas
como si algún planeta tembloroso
participara paulatina muerte,
no, del fragmento reconstruyo el día,
de una racha de sal la estalactita
y de una cucharada el dios inmenso.
                                                               (Pablo N.)