lunes, abril 04, 2011
El monje y la prostituta

Estés donde estés, céntrate más, permanece más alerta, vive más conscientemente. No hay ningún otro lugar donde ir. Todo lo que tiene que ocurrir, tiene que ocurrir dentro de ti y está en tu mano. No eres un muñeco y los hilos que te mueven no están en las manos de nadie. Eres un individuo absolutamente libre. Si decides permanecer en la ilusión, puedes hacerlo durante muchas, muchas vidas. Si decides salir de ella, basta con la decisión de un momento. Puedes salir de la ilusión ahora mismo.

Buda estaba en Vaishali, donde vivía Amrapali; Amrapali era una prostituta. En los tiempos de Buda, en la India, la costumbre mandaba que a la mujer más hermosa de la ciudad no se le permitiera casarse con nadie porque eso crearía celos, conflictos, luchas. Por eso la mujer más bella tenía que convertirse en lanagarvadhu: la esposa de toda la ciudad.

No era algo deshonroso; al contrario, eran muy respetadas. No eran prostitutas ordinarias. Sólo eran visitadas por los más ricos, los reyes, los príncipes, generales: el estrato más elevado de la sociedad.

Amrapali era muy hermosa. Un día estaba de pie en su terraza y vio a un joven monje budista. Nunca se había enamorado de nadie, y se enamoró de él de repente; un hombre joven con una gran presencia, conciencia, gracia. Su manera de andar... Corrió a él y le dijo: —Dentro de tres días va a empezar la estación de las lluvias... Los monjes budistas no se trasladan durante los cuatro meses que dura la época de las lluvias. —Te invito a quedarte en mi casa durante esos cuatro meses —dijo Amrapali.

—Se lo preguntaré a mi maestro. Si me lo permite, vendré —respondió el joven monje.

El monje vino, tocó los pies de Buda y le contó la historia: —Me ha pedido que me quede cuatro meses en su casa. Le he dicho que se lo diría a mi maestro y por eso he venido... lo que tú digas.

Buda le miró a los ojos y dijo: —Puedes quedarte allí.

Fue una gran sorpresa. Diez mil monjes... Se hizo un gran silencio, pero había mucho enfado, muchos celos. Cuando el monje se fue a casa de Amrapali, los demás empezaron a comentar: —Toda la ciudad está asombrada. Sólo se habla de una cosa: que un monje budista está en casa de Amrapali.

—Guardad silencio —dijo Buda—, confío en mi monje. Le he mirado a los ojos y no he visto deseo en ellos. Si hubiera dicho que no, él no lo habría sentido en absoluto. Le dije que sí... y él se ha ido. Confío en su conciencia, en su meditación. ¿Por qué estáis tan agitados y preocupados?

Cuatro meses después el monje volvió, tocó los pies de Buda, y detrás de él venía Amrapali vestida como una monja budista. Tocó los pies de Buda y dijo: —He intentado mis mejores artes para seducir a tu monje, pero fue él quien me sedujo a mí. Me ha convencido con su presencia y con su conciencia de que la verdadera vida es la que se halla a tus pies.

Y Buda dijo a la asamblea: —¿Estáis ahora satisfechos o no? Si la meditación es profunda, si la conciencia es clara, nada puede alterarla. Y Amrapali se convirtió en una de las mujeres iluminadas entre los discípulos de Buda.


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El secreto del anillo

Pensar «soy la mente», es inconsciencia. Saber que la mente sólo es un mecanismo como lo es el cuerpo, saber que la mente está separada... Viene la noche y después viene la mañana; y tú no te identificas con la noche. No dices: «Soy la noche»; y tampoco dices: «Soy la mañana». Viene la noche y después viene la mañana; viene el día y después vuelve la noche; la rueda continúa girando, pero tú te das cuenta de que no eres estas cosas. Lo mismo ocurre con la mente. Aparece la ira pero tú te olvidas: te conviertes en ira. Viene la avaricia y te olvidas: te conviertes en avaricia. Se presenta el odio y te olvidas: te conviertes en odio. Eso es inconsciencia. Conciencia es darse cuenta de que la mente está llena de avaricia, llena de ira, llena de odio o llena de lujuria, pero tú sólo eres un observador. Entonces puedes ver cómo surge la avaricia y se convierte en una gran nube oscura que después se dispersa; y tú no has sido tocado. ¿Cuánto tiempo pueden quedarse? Tu ira es momentánea, tu avaricia es momentánea, tu lujuria es momentánea. Simplemente observa y te quedarás sorprendido: vienen y se van. Y tú permaneces allí, intocado, fresco, tranquilo.

La cosa más básica a recordar es que cuando te sientas bien, en un estado de éxtasis, no debes pensar que va a ser un estado permanente. Vive el momento tan alegremente, tan animadamente como puedas, sabiendo muy bien que ha venido y se irá, como la brisa que entra en tu casa, con toda su fragancia y frescor, y sale por la otra puerta.

Esto es lo más fundamental. Si piensas que puedes hacer que tus momentos de éxtasis sean permanentes, ya has empezado a destruirlos. Cuando vengan, agradécelos; cuando se vayan, siéntete agradecido a la existencia. Permanece abierto. Ocurrirá muchas veces; no enjuicies, no seas un elector. Permanece libre de elecciones. Sí, habrá momentos en los que te sentirás desgraciado. ¿Y qué? Hay personas que se sienten desgraciadas y no han conocido ni un momento de éxtasis; tú eres afortunado. Incluso en medio de tu desgracia, recuerda que no va a ser permanente; también pasará, por eso no dejes que te altere demasiado. Permanece sereno.

Como el día y la noche, hay momentos de alegría y momentos de tristeza; acéptalos como parte de la dualidad de la naturaleza, son la naturaleza misma de las cosas. Y simplemente eres un observador: no te conviertes ni en la felicidad ni en la desgracia. La felicidad viene y se va, la desgracia viene y se va. Pero hay algo que siempre está allí —siempre y en todo momento— y ése es el observador, el testigo.

Poco a poco ve centrándote más en el observador. Vendrán días y vendrán noches... vendrán vidas y vendrán muertes... vendrán éxitos y fracasos. Pero si permaneces centrado en el observador —porque es la única realidad en ti— todo es un fenómeno pasajero.

Sólo por un momento trata de sentir lo que te digo: simplemente sé un testigo...

No te aferres a ningún momento porque es hermoso ni alejes de ti ningún momento porque es desgraciado. Deja de hacer eso. Lo has estado haciendo durante vidas enteras. Nunca has tenido éxito hasta ahora y nunca lo tendrás, jamás. El único modo de ir más allá, de permanecer más allá, es encontrar el lugar desde el que puedes observar todos estos fenómenos cambiantes sin identificarte.

Te contaré una antigua historia sufí...
Un rey dijo a los sabios de la corte: —Me estoy fabricando un precioso anillo. He conseguido uno de los mejores diamantes posibles. Quiero guardar oculto dentro del anillo algún mensaje que pueda ayudarme en momentos de desesperación total. Tiene que ser muy pequeño de manera que quepa escondido debajo del diamante del anillo.

Todos ellos eran sabios, grandes eruditos; podrían haber escrito grandes tratados. Pero darle un mensaje de no más de dos o tres palabras que le pudiera ayudar en momentos de desesperación total... Pensaron, buscaron en sus libros, pero no podían encontrar nada.

El rey tenía un anciano sirviente que era casi como su padre; también había sido sirviente de su padre. La madre del rey murió pronto y este sirviente cuidó de él, por tanto lo trataba como si fuera de la familia. El rey sentía un inmenso respeto por él. El anciano dijo: —No soy un sabio, un erudito, un académico; pero conozco el mensaje, porque sólo hay un mensaje. Y esa gente no te lo puede dar; sólo puede dártelo un místico, un hombre que haya alcanzado la realización.

Durante mi larga vida en palacio, me he encontrado con todo tipo de gente, y en una ocasión me encontré con un místico. Era invitado de tu padre y yo estuve a su servicio. Cuando se iba, como gesto de agradecimiento por mis servicios, me dio este mensaje —y lo escribió en un papel, lo dobló y se lo dio al rey—. No lo leas, manténlo escondido en el anillo. Ábrelo sólo cuando todo lo demás haya fracasado, cuando no encuentres salida a la situación.

Y ese momento no tardó en llegar. El país fue invadido y el rey perdió el reino. Estaba huyendo en su caballo para salvar la vida y sus enemigos le perseguían. Estaba solo y los perseguidores eran numerosos. Y llegó a un lugar donde el camino se acababa, no había salida: del otro lado había un precipicio y un profundo valle. Caer por él sería el fin. No podía volver, el enemigo le cerraba el camino y ya podía oír el trotar de los caballos. No podía seguir hacia delante, y no había ningún otro camino...

De repente se acordó del anillo. Lo abrió, sacó el papel y allí encontró un pequeño mensaje tremendamente valioso. Simplemente decía: «Esto también pasará».

Mientras leía «esto también pasará» sintió que se cernía sobre él un gran silencio. Y aquello pasó. Todas las cosas pasan; nada permanece en este mundo. Los enemigos que le perseguían se deben haber perdido en el bosque, deben haberse equivocado de camino; poco a poco dejó de oír el trote de los caballos.

El rey se sentía tremendamente agradecido al sirviente y al místico desconocido. Aquellas palabras habían resultado milagrosas. Dobló el papel, lo volvió a poner en el anillo, reunió a sus ejércitos y reconquistó el reino. Y el día que entraba de nuevo victorioso en la capital hubo una gran celebración con música, bailes,... y él se sentía muy orgulloso de sí mismo. El anciano estaba a su lado en el carro y le dijo: —Este momento también es adecuado: vuelve a mirar al mensaje.

—¿Qué quieres decir? —preguntó el rey—. Ahora estoy victorioso, la gente celebra mi vuelta, no estoy desesperado, no me encuentro en una situación sin salida.

—Escucha —dijo el anciano—, esto es lo que me dijo el santo: este mensaje no es sólo para situaciones desesperadas, también es para situaciones placenteras. No es sólo para cuando estás derrotado; también es para cuando te sientes victorioso; no sólo para cuando eres el último, también para cuando eres el primero.

El rey abrió el anillo y leyó el mensaje: «Esto también pasará», y de repente la misma paz, el mismo silencio, en medio de la muchedumbre que se regocijaba, que celebraba, que bailaba... pero el orgullo, el ego había desaparecido. Todo pasa.

Pidió al anciano sirviente que viniera a su carro y se sentara junto a él. Le preguntó: —¿Hay algo más? Todo pasa... Tu mensaje me ha sido de gran ayuda.

—La tercera cosa que dijo el santo es: «Recuerda que todo pasa. Sólo quedas tú; tú permaneces por siempre como testigo».

Todo pasa, pero tú permaneces. Tú eres la realidad; todo lo demás sólo es un sueño. Hay sueños muy hermosos, hay pesadillas... pero no importa que se trate de un sueño precioso o de una pesadilla; lo importante es la persona que está viendo el sueño. Ese vidente es la única realidad.

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El amor y la ley de Moisés

Permite que tus gestos sean vivos, espontáneos. Deja que sea tu conciencia la que decida sobre tu estilo de vida, tu pauta de vida. No permitas que nadie más lo decida. Eso es un pecado, permitir que lo decidan otros. ¿Por qué es un pecado?, porque nunca estarás en ello. Será algo superficial, será algo hipócrita. No preguntes a nadie cómo has de orar. Deja que el momento decida, deja que ese momento sea decisivo y la verdad del momento será tu oración. Y una vez que decidas que la verdad del momento te posea, empezarás a crecer y conocerás la tremenda belleza de la oración. Has entrado en el camino.

Una historia famosa sobre Moisés:
Iba paseando por el bosque y vio a un hombre rezar. El hombre estaba diciendo unas cosas tan absurdas que Moisés tuvo que pararse. Lo que el hombre decía era profano, sacrílego. Decía: «Dios, a veces te debes sentir muy solo; yo puedo venir y estar a tu lado como una sombra. ¿Por qué sentirte solo si yo te hago compañía? Y además no soy un inútil: te daré un buen baño y te quitaré las pulgas del pelo y del cuerpo...»

¡¿Pulgas?! Moisés no podía creérselo: ¿Qué está diciendo este hombre? «Y cocinaré para ti; mis guisos gustan a todo el mundo. Y te haré la cama y te lavaré la ropa. Cuando estés enfermo te cuidaré. Seré tu madre, tu esposa, un sirviente, un esclavo; puedo ser todo tipo de cosas. Basta con que me des una señal para que sepa que puedo venir...»

Moisés le hizo detenerse y dijo: —¿Qué haces? ¿A quién hablas? ¿Pulgas en el pelo de Dios? ¿Que Él necesita un baño? ¡Basta de tonterías! Esto no es oración. Dios se sentirá ofendido por ti.

El hombre cayó a los pies de Moisés y dijo: —Lo siento. Soy un hombre iletrado e ignorante. No sé rezar. ¡Por favor, enséñame!

Así, Moisés le enseñó el modo correcto de rezar y se sentía muy feliz porque había puesto a un hombre en el camino justo. Feliz y con el ego un poco hinchado, Moisés se alejó. Y cuando estaba solo en el bosque, oyó una voz de trueno procedente del cielo que le decía: «Moisés, te he enviado al mundo para que acerques a la gente a mí, para que hagas de puente, no para que alejes de mí a mis amantes. Y eso es exactamente lo que has hecho. Ese hombre era uno de los más cercanos. Vuelve y pídele perdón. ¡Retira tu plegaria! Has destruido toda la belleza de su diálogo. Él es sincero, es amoroso. Su amor es verdadero. Lo que decía, lo decía desde el corazón, no era un ritual. Ahora bien, lo que tú le has dado sólo es un ritual. Lo repetirá, pero sólo estará en sus labios; no será algo que salga de su ser».
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Sobre las virtudes de la inutilidad

No te preocupes demasiado por los fines utilitarios. Más bien, recuerda constantemente que no estás aquí, en la vida, para ser un objeto. No estás aquí para tener utilidad; eso está por debajo de tu dignidad. No estás aquí para ser cada vez más eficiente, sino para estar cada vez más vivo; estás aquí para ser cada vez más inteligente; estás aquí para ser cada vez más feliz, extáticamente feliz.

Lao Tse iba viajando con sus discípulos y llegaron a un bosque donde había cientos de leñadores contando troncos porque se estaba construyendo un gran palacio.

Habían cortado casi todo el bosque, pero queda un árbol, un gran árbol con miles de ramas, tan grandes que su sombra podía cobijar a diez mil personas. Lao Tse pidió a sus discípulos que averiguaran por qué aquel árbol no se había cortado todavía cuando el resto del bosque había sido talado y no quedaba nada.

Los discípulos fueron y preguntaron a los leñadores: —¿Por qué no habéis cortado este árbol?

—Este árbol es totalmente inútil —dijeron los leñadores—. No se puede hacer nada con él porque las ramas tienen muchos nudos. No hay ni un tramo recto. No se pueden construir pilares con él ni se pueden fabricar muebles. Tampoco se puede quemar su madera porque el humo es muy malo para los ojos, casi te puede dejar ciego. Este árbol es absolutamente inútil. Por eso no lo hemos cortado.

Los discípulos volvieron. Lao Tse se rió y dijo: —Sed como este árbol. Si queréis sobrevivir en el mundo sed como este árbol, absolutamente inútiles. Entonces nadie os hará daño. Si sois rectos os cortarán, alguien os convertirá en muebles. Si sois preciosos alguien os venderá en el mercado, os convertiréis en un bien de consumo. Sed como este árbol, absolutamente inútiles. Entonces nadie os podrá hacer daño. Y creceréis grandes y fuertes, y podréis dar sombra a miles de personas.

La lógica de Lao Tse es muy distinta de la lógica de tu mente. Él dice: sé el último. Muévete en el mundo como si no fueras. Sé un desconocido. No trates de ser el primero, no compitas, no trates de probar tu valía. No hace falta. Sé inútil y disfruta.

Por supuesto que es muy poco práctico. Pero si llegas a entenderle, te darás cuenta de que es muy práctico a otro nivel, en la profundidad: porque la vida es para disfrutar y celebrar, la vida no es un bien de consumo en el mercado; debería ser como la poesía, como una canción, como una danza.

Lao Tse dice: si tratas de ser muy listo, si tratas de ser muy útil, serás utilizado. Si tratas de ser muy práctico, de un modo u otro te pondrás las riendas, porque el mundo no puede dejar en paz al hombre práctico. Lao Tse dice: abandona todas esas ideas. Si quieres ser un poema, un éxtasis, olvídate de la utilidad. Sé sincero contigo mismo.
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El círculo de Mahamudra

El sexo contiene grandes secretos y el primero de ellos es —si meditas lo verás— que la alegría se produce porque el sexo desaparece. Y cuando estás en ese momento de alegría, el tiempo también desaparece —si meditas sobre ello—, la mente también desaparece. Y estas son las cualidades de la meditación. Mi propia observación es que el primer vislumbre de la meditación en el mundo debe haber ocurrido a través del sexo; no hay otro modo. La meditación debe haber entrado en la vida a través del sexo, porque es el fenómeno más meditativo... si lo entiendes, si entras profundamente en él, si no lo usas como una droga. Entonces, poco a poco, a medida que crece la comprensión, que disminuye el anhelo, llega un día de libertad en el que el sexo ya no te persigue. Entonces uno está tranquilo, silencioso, es totalmente él mismo. La necesidad del otro ha desaparecido. Uno puede seguir haciendo el amor si así lo elige, pero no lo necesita. Entonces será una forma de compartir.

Cuando dos amantes están un profundo orgasmo sexual, se funden mutuamente; entonces la mujer ya no es la mujer, el hombre ya no es el hombre. Son como el círculo de yin y yang, contactando uno con otro, encontrándose en el otro, fundiéndose, sus identidades quedan olvidadas. Por eso el amor es tan hermoso. Este estado se llama mudra; este estado de profundo orgasmo se llama mudra. Y el estado final de orgasmo con la totalidad se llama Mahamudra, el gran orgasmo.

Orgasmo es un estado en el que dejas de sentir tu cuerpo como materia; vibra como energía, electricidad. Vibra tan profundamente, desde la base misma, que olvidas completamente que es algo material. Se convierte en un fenómeno eléctrico, y es un fenómeno eléctrico. Ahora los físicos dicen que no hay materia, que la materia sólo es apariencia; en el fondo, lo que existe es electricidad, no materia. En el orgasmo, llegas a esa capa más profunda de tu cuerpo donde la materia deja de existir, sólo hay olas de energía; te conviertes en energía danzante, vibrante. Ya no sientes los límites, son pulsantes, ya no son sustanciales. Y tu amada también pulsa.

Y poco a poco, si las dos personas se aman y se rinden una a la otra, se rinden a ese momento de pulsación, de vibración, de ser energía, y no tienen miedo... Porque cuando tu cuerpo pierde los límites es como la muerte, el cuerpo se convierte en algo vaporoso, el cuerpo evapora la sustancialidad y sólo queda la energía, un ritmo sutil, pero tú te sientes como si no fueras. Uno sólo puede entrar en ello con profundo amor.

El amor es como la muerte: mueres en lo relativo a tu imagen, mueres al pensamiento de que eres un cuerpo; mueres como cuerpo y evolucionas como energía, energía vital. Y cuando los esposos, o los amantes o compañeros, comienzan a vibrar siguiendo un ritmo, los latidos de sus corazones y sus cuerpos se juntan, se produce una armonía: entonces ocurre el orgasmo y dejan de ser dos. Este es el símbolo del yin y del yang: el yin entra en el yang, el yang entra en el yin; el hombre entra en la mujer, la mujer entra en el hombre. Ahora son un círculo y vibran al mismo tiempo, pulsan juntos. Sus corazones ya no están separados, sus latidos ya no están separados; se han convertido en una melodía, en una armonía.

Es la mejor música posible; todas las demás músicas sólo son nimiedades, sombras, comparadas con ésta. Esta vibración de dos como uno es el orgasmo. Cuando esto mismo ocurre, no con otra persona, sino con toda la existencia, entonces es Mahamudra, entonces es el gran orgasmo.

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Gracias por ese orden y claridad :)

 
posted by Miss Parker at 4/04/2011 11:28:00 a.m. | Permalink |


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